lunes, 28 de noviembre de 2016

El baile (¡Hey! Llévame al baile)

Se abre el telón y estamos tú y yo, juntos. Ya parece un sueño irreal, pero fue muy real durante mucho tiempo. Cuando se abre el telón hay una sala de baile repleta de gente. No sé si estamos en el centro, pero yo me siento como si lo estuviéramos, con si un foco nos iluminara a nosotros dos y las demás personas se encontraran en absoluta penumbra bailando a nuestro alrededor, sin entrar en contacto con nosotros. Tú llevas ese traje gris que tanto te gustaba, y esos zapatos negros de punta que tanto odiaba yo. Yo llevaba mi vestido gris y negro, porque sabías que me encantaba combinar todo para las grandes ocasiones, incluso a nosotros dos. A veces te desesperaba, pero la mayor parte del tiempo te encantaba. Era nuestro último baile. Realmente no lo fue, pero yo lo siento así, fue nuestro primer y último Baile, con mayúscula porque fue uno de esos momentos en los que sabes que en algo tan sencillo y cotidiano se está canalizando todo el amor que tienes dentro. Fluye dentro de mí y de ti. Fluimos. Bailamos.
El último baile de amor antes de la danza del rencor. Una noche de marzo, lejos, muy lejos, solos con el acompañamiento de una gran masa. Pero solos, tú lo sabes. O lo sabías. El baile, por llamarlo así, es simplemente moverse en lo que parecía un ensueño de ternura, en el abrazo de querer a alguien hasta no poder más. Esa fuerza era lo que se movía, ni siquiera pensaba en cómo nos verían los demás. Bailo. Bailas aunque no sepas. Bailamos. Pronto se acercaba el momento de la separación física, esa que te alejaba de mí. La que me alejaba de ti. Esa. La que no nos esperábamos era la verdadera separación. Esa, sí. Esa que estando en la misma sala, bar, ciudad, país… nos ponía un océano más grande que todos los kilómetros que nos separaban en su momento. Y resulta curioso ese cambio. Fuerte y drástico.
¿Lo recuerdas?
Pero en ese momento sólo existía una canción cualquiera de amor, la que fuera, para unirnos en un abrazo que parecía eterno. Fuerte aunque etéreo, era tan frágil como nosotros, aunque tan profundo como lo que sentía por ti. Y en ese momento estaba segura de lo que creía que sentías por mí. Ahora ya no estoy tan segura.
Bailo y me abrazas. Bailas y te abrazo. Nos movemos armónicamente sin tener en cuenta los pasos de baile. Solo existimos nosotros. Por eso cierro los ojos. Por eso y porque así siento aún más fuerte tu olor, tus manos ásperas en mi espalda, el calor que desprende tu piel junto a la mía. Y no querías bailar. Ahora me pregunto la razón y si hice bien en animarte a ello, porque es un recuerdo bonito y aún no he decidido si hace más bien que mal. Si me nublaba la visión de la verdad.
Se escucha la música. Siento nuestros pasos. Las voces de nuestro alrededor están presentes pero distantes, como si fueran un mero decorado en mi escena imprevista. Y resulta precioso. Resulta algo mejor de lo que podría imaginar porque, de hecho, no lo había imaginado. Y me siento especial, llena de amor. Pero me siento triste, porque mañana nos separamos por un tiempo, una vez más. Y así, en todo ese universo de sentimientos, te quería hasta llorar. De modo que lloré. Y te besé. Y sonreí llorando. Lloraba, no sabía muy bien si por la alegría de experimentar un sentimiento tan profundo, o por la tristeza de dejar ir al ser amado.
En realidad poco importa ahora. Ya no. Ahora parece una falacia. Parece que eso que fue tan real fue producto de mi imaginación, de una escena que construí en mi mente cuando leía un libro. Y aún así encuentro evidencias de que fue real. Pero cuando ahora me encuentro contigo veo ese mar de distancia. No consigo recordar esos momentos. Me siento como si tú no fueras tú. Y realmente yo tampoco soy esa chica que bailaba. Ha cambiado todo mucho. Y es una lástima, porque en ese momento todo era tan profundo e inocente. Yo era inocente, y no la chica a la defensiva en la que me he convertido. Casi totalmente convencida de que nadie podrá experimentar esa clase de amor que yo sentí, al menos por mí. Convencida de que me creí algo que no era real. Y no podría preguntártelo. Porque ahora nuestra distancia es el océano irreal. Y no hay botellas mensajeras que pueda lanzar, porque no sé si te haré más daño del que quiero. No por ti, por mí o por el antiguo nosotros. Sino por tu presente actual. Ya no sé lo que debo y no debo hacer. No pretendo levantar sentimientos, ampollas o molestias con tu actual compañera de vida. Simplemente es curiosidad. Quizás algún día sí pueda atreverme a preguntarlo. Y aceptar la respuesta.
Todo es extraño ahora, cuando el baile quedó tan atrás, y ya no se puede volver a amar. Ya no hay olor ni calor, solo distancia abismal. Solo pasado, sentimientos enterrados atrás. Parece irreal, pero sucedió en algún punto de nuestras vidas, cuando, de hecho, nuestras vidas se cruzaron para fusionarse. Creo que ese fue el momento representativo de esa unión. ¿Y después? Nada, sólo la separación.
Se cierra el telón. Y ya solo hay eso: un telón.


(16.11.28: A veces querer tanto fragmenta. A veces amar tanto te rompe. Y se terminó la función).

sábado, 17 de septiembre de 2016

Tiempo (Smells like teen spirit)

Nos falta tiempo. Nos falta tiempo para dar un temario; y se dan prisa en dárnoslo. Nos falta tiempo para aprender, pero también para estudiar y vomitar datos en nuestra próxima hoja de examen. Nos falta tiempo para aprender un idioma y poder usarlo. Nos falta tiempo para nuestras aficiones y para desarrollarnos como personas. Nos falta tiempo entre clases, apuntes y trabajos, además del tiempo que perdemos (del que nos falta) en preocuparnos por un futuro incierto, en cierta manera. Porque lo que sí podemos saber seguro es que cuanto más tengamos, más nos va a hacer falta tener más, si queremos “llegar a algo”, si queremos explotar nuestro potencial. Nos falta tiempo para saber cuál es nuestro potencial y qué es lo que realmente nos hace felices. Nos falta tiempo para pensar y compartir nuestros pensamientos. Y preocupaciones. Nos preocupamos demasiado en soledad, y perdemos más tiempo en ello.
Nos falta tiempo para dormir e, incluso, a veces para salir de fiesta. O para tomar algo. O para ver una maldita película con nuestros seres queridos. Perdemos tiempo en sentirnos mal cuando nos dice “¿Qué preocupaciones tenéis ahora los jóvenes? Ahora lo tenéis todo. Podéis ser lo que queráis”. Nos falta tiempo para conocer qué es lo que verdaderamente queremos. Nos sobra tiempo para pasarnos horas y horas labrando un futuro que quizás esté en la cola del paro laboral de nuestro país. Nos falta tiempo para preocuparnos y luchar por esta situación inaceptable. Nos sobra tiempo de votaciones sin remedio que no cambian nada. Nos falta tiempo de situaciones cotidianas. Nos falta tiempo para cambiar el mundo y salirnos de un camino trazado. A la cola del paro (sí, otra vez). Nos sobra tiempo de momentos desesperados sin esperanza, de angustia propia, angustia política, angustia social. Nos falta tiempo para crearnos una mente clara y abrumarnos al encontrar ese momento en el que te das cuenta que, por mucho que aprendas, más incalculable es lo que ignoras. Nos falta tiempo para disfrutar de ese instante.
 Nos sobra información a veces, y nos falta interés las mismas veces. Nos sobran datos inservibles en nuestro cerebro para después darnos cuenta que nos sentimos vacíos. Nos falta algo, y no sabemos qué es. “Os falta saber lo que es trabajar” nos dicen los mayores. “Os falta una temporada en la mili”. Nos falta algo por lo que merezca la pena luchar, porque sentimos que las dosis de humanismo y pensamiento social están desapareciendo. Nos falta sentirnos colectivos, a nivel humano (dejemos la política para esas maravillosas posibles terceras elecciones). Nos falta pensar que luchamos para algo y que nuestra lucha es verdadera, aunque distinta a la de tiempos pasados.

Nos falta tiempo para saber disfrutar de un instante de libertad en nuestras vidas, sin la presión que cada día cargamos en nuestros hombros. Por nuestro futuro incierto, por la sociedad, por el país, por el mundo, por el medio ambiente… “¿Y a ti qué te va faltar, cuando has nacido con todo?”. 


(09.16: No todo en la vida contemporánea son "ninis")

domingo, 11 de septiembre de 2016

Punto Final (Psycho)

Desastres de la naturaleza capaces de destruir en un preciso momento. Por eso eres sublime, en el sentido más siniestro y desagradable de la palabra. La intensidad es extrema, pero el peligro son las repeticiones, a pesar de que piensas que ya ha acabado todo. Cuando estás tranquila y despreocupada vuelve, y se va, como la versión más cobarde de las fuerzas sísmicas. Sin opción a ver destrozo. Es la frialdad de un proceso que no tiene sentimientos, que no tiene fondo, solo superficie. Algo que es incapaz de  general algún tipo de compasión, por mínima que sea. Que yo sea víctima no es la razón por la que tengáis que sentir pena por mí. Por mi interior, por mi cabeza dolorida, mi ansiedad descontrolada o mi alma fragmentada. Realmente me recompongo porque, dentro de mí, existe un calor reconfortable. Ese tipo de calor que sientes cuando amas y eres correspondido. Y no me refiero a parejas sentimentales. Me refiero al amor fraternal, entre hermanos de sangre y esas personas que llegan a tu vida y sabes que puedes adoptarlos como hermanos mestizos. El amor de unos padres que confían en tus capacidades, aunque en algunos momentos tú no lo hagas. Esas personas que son los pilares en los que te apoyas con seguridad cuando estás a punto de desmoronarte. 
Más bien sentir pena por esas personas que son incapaz de amar, porque enfermaron de ambición; una ambición que les llevará hasta lo que quieren sin importar cómo. Algo que te consume por dentro, algo que destroza lo poco de humanidad que queda. Que te deja helado para siempre, aunque sigas con vida. Una enfermedad que te vacía. Me compadezco, pero jamás podré hacer más. Si existe un Dios que te perdone él, al fin y al cabo soy humana y no tengo tanta fuerza sobrenatural. Ni paciencia. Ni capacidad de olvidar. Cuando tiras una piedra debes estar seguro de lo que haces, porque quizás no todo salga como quieras. Si esperas que puedan devolvértela deberás conocer en profundidad a tu contrincante, porque a veces el mejor arma es la indiferencia. Pasar la página sin importar nada más que uno mismo. Decir el adiós más definitivo y sellarlo todo en la memoria. Esto es el punto. Y final.

(9.9.16: 8:30 - Vas a coger un resfriado con el frío que tienes en tu interior)
"So you want the world to stop,
Rushing to watch your spirit fully drop,
From the time you were a Psycho, groupie, cocaine, crazy"

lunes, 22 de agosto de 2016

Tú, mi sublime.

En un punto nunca claro de mi vida, tú llegaste para desequilibrar mi ya desastroso destino. En un momento no olvidado me sacudiste, para después marcharte como si nada. Ni hasta ahora, ni hasta nunca. Sólo la duda. 
Por ello he llegado a la descripción del efecto que provocas (provocabas) en mí. Eres mi sublime, mi flaqueza. Apareces como un fugaz meteorito y me superas, me desbordo, me quiebro un poquito más. Y no eres mi luz, nunca lo fuiste. Fuiste el sentimiento que te rodea el cuerpo y te hace sentir que eres solo una humana. Sabes que no puedes hacer nada, porque siempre te superará. Porque no es materia que se pueda controlar. Así que te derrumba ante algo indescriptible y absurdo. Algo contra lo que no puedes luchar, simplemente sobrevivir. Comienzas a comprender a los poetas y al odio surgido por sentir tanto con tan poco. Algo que mata en vida. No se obedece a la razón. No existe lógica. Fui fuego de pasión, de sangre, ante otro humano corriente. No entender la emoción e intentar someterla, solo sirve para seguir en la agonía y la locura. 
Espero impaciente el último golpe del sublime. Quiero que me rompa el corazón, que duela tanto que se marchite el sentimiento, y así evitar el tremendo como en el que me encuentro (encontraba). Necesito la eutanasia que solo el sublime me puede proporcionar. ¿Cuándo tendrás valor de romperme el corazón de verdad?

21/02/2016: La respuesta es nunca. Hacen falta dosis de valor en este mundo. 

jueves, 30 de junio de 2016

Me sobra/falta (My Heroine)

Me sobra la piel
que me arranco a diario,
tras un momento de depresión
olvidado.

Me sobra la piel que tú has tocado,
porque es el recuerdo
de donde tú has estado.

Me sobra la piel, a cada amanecer
de noches vacías,
sin sentido
con sed.

Me sobra la piel que una vez tuve,
pero que ahora está
como un espectro sin vida.

Me sobra la piel que me acaricio,
que me araño,
que siente frío.
Y está ardiendo.

Me sobra la piel del deseo fugado.
De la vida intranquila.
De asuntos no completados.

Me sobra la piel,
y algún día la quemaré en una hoguera;
de mis vanidades y miedos,
de lo que nunca entendiste.
Y nunca te dejaré comprender.
De lo que perdiste y no te importó.
De la profundidad de un ser. 

(06/2016: Tengo que salvarme. Otra vez. Mi libertad).

miércoles, 22 de junio de 2016

4.2 (El huracán de una escala de fuerza 6)

Lo conseguimos Pitágoras: todo es número. Desde que nacemos, nos amoldamos a vivir en un mundo en el que el número nos rodea, nos guía, nos aprisiona en nuestras propias invenciones. La humanidad ha sucumbido ante el orden del número, ante el caos de un vacío, repleto de número que nos exigimos unos a los otros. Somos un número para el Estado, somos una talla de ropa, una medida, un coeficiente intelectual medido en números… Somos una calificación, nuestro pasaporte a la vida futura. Nos esforzamos constantemente en adaptarnos a los números establecidos, a las pautas que nos dan. Nos esforzamos en superar los números, en ser mejores con referencia a una medida que se nos impone, a partir de la cual se nos clasifica. Pero realmente, nadie puede medirnos. Y cuando te das cuenta de ello puedes respirar, a la vez que ahogarte al ver que no puedes salir de ello. No eres una nota, ni una talla, ni una medida, ni un número en el registro, ni una cifra en el banco. Sí, lo eres, pero eso es un reflejo de lo que verdaderamente hay en ti. Ojalá alguien me lo hubiera dicho antes. Ojalá tuviera la fuerza y la inteligencia de enfrentarme a ello de una manera decisiva y efectiva. No medida en números, en acciones, en sentimientos, en personas que me comprendan. No quiero un número de personas, quiero personas de verdad, con sentimientos, con pensamientos incontrolados, de los que jamás nadie podrá llegar a medir. Y te llamarán loco, porque no entras en cánones, medidas armoniosas. Serás un deshecho y acostumbrarás a deprimirte por ello. Pero no es lo que eres en realidad. Nadie es eso. Las personas nos molestamos tanto en entrar en unos parámetros que nos olvidamos de mejorarnos a nosotros mismos, sin competiciones.

¿Cómo es posible que nos hagan sentir tan mal? Bastantes inseguridades tenemos ya como para esto. El ser humano parece haberse olvidado del interior de las personas. Básicamente vemos números y números. Nos proporcionan orden, en cierta medida. Pero ¿cómo ordenas a una persona? Es asfixiante. Nos preocupamos tanto en nuestro sistema, yo, evidentemente, me incluyo, que no nos paramos a pensar que es un artificio. La obra de arte más grande que ha hecho el ser humano, destructiva con los propios creadores. Nos volveremos locos, pero si entras en los números no le darán tanta importancia. Y no es que me guste llevar la contraria, es que las pautas que se nos imponen me presionan. Me hacen dudar de mí misma, mis gustos, mi capacidad, mi valor como ser humano. ¿Es posible que puedan conseguir esto? Sí, evidentemente no soy la única. A diario comparto mi vida con personas maravillosas, con defectos y virtudes, fuera de parámetros, porque son mejores que esos parámetros. Y se ven en situaciones críticas al no adaptarse a los números, por ejemplo, a una calificación. Es desagradable ver cómo esas personas tienen una capacidad crítica y una mente mucho más creativa que otras que ya están formando parte del sistema que nos maneja. Pero los números…. Nos gobiernan nuestro destino, nuestra felicidad, nuestras expectativas. Nos permiten soñar o no. Y me resulta realmente entristecedor, porque cada vez nos habituamos a mirar a los ojos a una persona… y sólo observar sus números. Pero detrás suele existir una psique.

(06.16.17: Tanto sufrir para nada). 

viernes, 3 de junio de 2016

Wonderwall (Si fuera visceral).

Si fuera visceral, sí, si lo fuera, no viviría con esta tremenda sensación de no saber qué está pasando. Exigiría respuestas ahora. Haría lo que mis pulsiones más arrebatadoras quisieran hacer. Si lo fuera, no tendría esta sensación de ansiedad que presiona mis pulmones constantemente en los momentos de mayor vulnerabilidad. Si fuera visceral, no me importaría lo que pensaran los demás, y mucho menos lo que sintieran. Lo haría, sí, claro que lo haría. Y me daría igual, mientras sintiera en el fondo de mi alma libertad de acción. Pero este sentimiento de contención al que yo misma me entrego, y me someto, no me deja en paz. Siempre pensando en no molestar. Siempre así. Perdiendo la capacidad de parecer humana, con sentimientos, con los ojos rotos de llorar. Sin perder la humanidad cada vez que intento mantener la mejor compostura, con el fin de no incomodar a nadie. Sin que me odien por ello, o por algo que no alcanzo a comprender. Sin dar miedo. Sin parecer un robot. Pero ya es tarde, haga lo que haga estoy en un callejón sin salida. ¿Sabéis la sensación de no poder más y seguir aguantando? La gente se sorprende y quiere que explotes. Pero, ¿sabéis esa reacción de negación o shock de la gente cuando realmente explotas? Nadie quiere verte así, más cuando siempre eres la que mantiene la calma de la vida. Haciendo que se pueda seguir. Responsabilidad que una misma se carga sobre sus hombros, pero que no tendría por qué.

Si fuera visceral, gritaría. Si fuera visceral, besaría después de las palabras más duras que salieran de mi interior. Si fuera visceral, no dejaría que nadie me tuviera en un mar de dudas, ni que nadie se atreviera a reírse de mis personas queridas, especialmente cuando no son capaces de hacerse valer ellas mismas. Si fuera visceral, me reiría a carcajadas de las personas que se creen superiores, pero no tienen nada que ofrecer. Especialmente de los que juzgan sin conocer. Si fuera visceral, diría tantos te quiero que gastaría la palabra. Si fuera visceral, las historias que dejé lo mejor que pude las dejaría como un campo de batalla después de la guerra. No permitiría que me dijeran “no tienes que estar así”, porque puedo, pero no quiero. Y es mi decisión no mi obligación. Si fuera visceral, explotaría mis dudas ante las perspectivas de un futuro incierto que se viene encima. Gritaría que la soledad ha sido mi amiga, pero que a veces no puedo con ella. Que necesito más cariño del que parece. Gritaría que me duele el alma cada vez que algo malo pasa, pero que mi cabeza no puede parar de pensar en cómo arreglar las cosas, con el problema de que no se me da bien pedir ayuda. Sí, lo sé, soy consciente de cómo soy. Pediría perdón por los quebraderos de cabeza que doy por mi introversión. Exigiría las gracias por todo lo que hago sin decir nada.


Sería tan bueno, sería tan malo. Pero lo que sería es desgarrador. Como soy yo. Entiendo mi posición. Entiendo la de la gente. Y por eso, siempre todo es desgarrador, intenso, como un huracán. Porque el huracán lo soy yo, aunque cuando me miren vean mar en calma. 

(15:55/23/16/05: Nada más. Nada menos. Que me baste con ello.)

viernes, 27 de mayo de 2016

¿Mar en calma? (o Miedo)

Salté. Fuerte y torpe. Decidida, pero con dudas. Como siempre. Y tuve que saltar y adentrarme, porque no había otro modo. Cogí aire, fuerte, llenando mis pulmones. Me sentí libre, y eso me hacía temblar. Pero tuve que hacerlo, de ese modo pude adentrarme en aguas profundas. Se inicia el buceo, al principio con los ojos poco adaptados, a penas puedo distinguir formas. Pero ya, ya lo vi. Me vi a mí misma con una sonrisa tan fugaz como un rayo, esa que revela la exquisita felicidad de un segundo. Ese segundo en el que nos creemos eternos. Y me descubrí viviendo la aventura, no sin miedo, pero sí con la ilusión que hacía que éste se quedara en la retaguardia. Las locuras, esas locuras de amor. Ese amor inocente de la primera vez, todavía salvaje, todavía ingenuo. No se había enfrentado a la vida. No se había enfrentado al otro bando. Y entonces me vi con una rosa entre las manos mientras la ofrecía sin miedo. “Pide un deseo” dije, y después dejé que se la llevara la corriente del río. En ese momento también lo vi, algo parecido al calor del primer amor en sus ojos. Quizás impresionado por la inocencia, quizás en ese momento nos amábamos demasiado. Me costó quitar la vista, porque era algo casi agradable, pero siempre con un color de blanco y negro, recordando constantemente que no es más que algo pasado. Después vi la obsesión, los celos incontrolados, ese extraño sentimiento que se nos va de las manos. El miedo a la pérdida, el agobio constante. El cuidar tus pasos por las próximas broncas resultantes. El estrés. Y poco a poco lo vi, como a cada fragmento, en algún punto difuso del camino, la esencia del amor se evaporaba. Volaba libre, fuera de lo que éramos. Y nunca volvería a lloverlo. Lo vi, la desilusión, la más absoluta y arrebatadora nada. Esa nada que te lleva a la más profunda de las habitaciones en blanco, comprendiendo que estás sola, que has perdido las riendas, que tu corazón se vacía y tu alma se desespera. “No nací para tener el corazón vacío”. Me sorprendí a mí misma. Y me tuve que levantar, enfrentarme a todo lo que me estaba pasando. Asumirlo. Asumir que ya no era posible un arreglo cuando ya había tirado la toalla, y ni siquiera le presté atención a ese acto. Porque lo miraba y ni le interesaba recoger mi toalla, ni hacer algo con la suya. No había opción. Y en la más profunda de mis luchas internas tuve que tomar la decisión difícil, la que necesitaba. Así se aprende que las cosas se tuercen. Que no siempre se puede luchar por todo, que a veces nos toca luchar por uno mismo y esa decisión es complicada. El amor no siempre vence todo, porque a veces se escapa por las rendijas y otras veces no es suficiente para la vida. Duele, pero creo estar segura que fue un punto esencial en mi vida. Porque el tránsito es complicado, y adaptarse a otra vida sin nadie de tu mano es complicado. Pero la vida lo es, y aún así sigue siendo bella. Con destellos de felicidad, con destellos depresivos. Pero bella e intensa. Y a pesar de que dicen voces que no debemos mirar al pasado, yo lo hago en muchas ocasiones. Así me doy cuenta de que no soy perfecta, que he cambiado mucho, que he superado retos a previa vista imposibles para mí. Y puedo mirar al pasado porque no deseo volver a él, por complicado que sea el presente. Por incierto que sea el futuro.


Sin embargo, cuando retorno hacia arriba, buscando tierra firme, intentando salir de esas aguas. Lo recuerdo: no sé nadar. Nunca aprendí. Me doy cuenta de que el agua no es el recuerdo, el agua es el miedo. Miedo del que no sé muy bien cómo salir. Miedo porque de una vez perdí la inocencia, y toda una experiencia ha conseguido helar mi corazón. A pesar de que la vida ha pasado, yo sigo chapoteando en el miedo. Y cuando consigo ver un sustento para impulsarme, este vuelca. Y llega un momento que ni intento agarrarme. Y sigo nadando torpemente, no sé cuánto aire me queda aún. Quizás mis pulmones se adapten, no lo sé. Y me gustaría seguir esto, pero aquí sigo, con otra tabla que me esquiva y más hundida en el miedo. No sé muy bien cómo continuará. 

(05/16: Trece fue el número [... pero fui yo quien deshizo el lazo, fui yo quien vio como volaba, danzaba, huía para no volver nunca más]).

domingo, 1 de mayo de 2016

Ergo

Se me olvidó ponerme los ojos,
incapaz de mirar.
En su lugar cerré las persianas.
Cegaban,
impedían que mirara a nadie.
Nadie podía mirarme a mí.
Cerré las puertas del alma,
para que nadie pudiera verla
en ojos profundos
e inmensa oscuridad.
Y me quedé prisionera de mi propio desasosiego
de soledad y silencio.
Perpetuo.
Incapacidad de emociones abiertas.
Me confunden tan a menudo con el hielo
que me he empezado a helar.
Y me da igual.
Porque nadie prometió que nadar,
en la profundidad de un alma,
sería sencillo.

(04/16/30: Camino de la libertad 17:30). 

jueves, 21 de abril de 2016

Disturbio.

Me quedé, por siempre, congelada
en la oscuridad profunda
a la que se llega desde tu mirada
por el camino desolador de la más ingrávida nada. 

jueves, 7 de abril de 2016

Sí, ya lo verás.

No te equivocaste en no quererme,
fui yo la que me equivoqué al posar mis ojos en ti.
No se equivocó el destino al separarnos,
te eché de menos, no debió ser así.
No te equivocaste al guardar silencio,
pero eso no era lo que merecía yo.
No me equivoqué al intentar olvidarte,
simplemente no me salió.
No me equivoco en querer despreciarte,
realmente me decepciona lo que descubro de ti.
No se equivocaron al decir que no nos merecíamos,
demasiado dolor para tan poca cosa.

No me equivocaré al decir algún día:
Hoy ya es tarde. Hoy no te merezco, ni tú a mí.

(20:30, 4.16: Igual la vida me ha dado un regalo al no salirme bien con él).

domingo, 3 de abril de 2016

Los días raros (Silencio).

Los días malos, los que se enganchan. Días en los que descubres verdades y crueldades. Días de decepción y puñales, de momentos rotos en fingidos equilibrios. Días para esconder tu ser y utilizar tu mejor traje-disfraz. Los días de la verdad, la que no es simpática. De sentimientos ocultos que desembocan en la nada. En el mar gris. Inconsciente. Fallido. En ti. Y en mí. 
Camino a la casa del silencio, el de las palabras nunca pronunciadas, en el enfado oculto, el de las Navidades pasadas. Comprensión de lo que te pasa, desolación en el alma. Amor pese a todo, pero mar de distancia. Unión tan fuerte, te llevo en mis genes. ¿Dónde nació lo que nos separa? Palabras nunca pronunciadas. 
Sentimientos de despedidas y reencuentros. El peso dentro. Si te hablo con mis ojos y no lo entiendo. Palabras que no se pronuncian. Realidad no merecida, inconsciencia inocente. Dolor que no se atiende, traumas que se unen en infinitos años. 
Y así dolores concatenados. Te llevo en mis venas, te marco en mi vida. Mar de distancia, palabras aún no pronunciadas. 

(22.03.16: Me duele porque me importa. Ójala pudieras ESCUCHARME cuando te hablo). 

miércoles, 9 de marzo de 2016

270.

Nuestras medidas no son claras. Un metro sesenta y cuatro, un metro noventa tres. Siete metros de cercanía, mil kilómetros de separación. Podemos respirar el aire del otro, mirarnos sin ver. Yo veo y no te miro. Yo te miro y no consigo ver. Entre miradas esquivas y silencios incómodos, entre encuentros casuales y momentos extraños, comenzamos y nos moriremos. Entre el dolor de la ausencia y la tortura de la presencia… nos sobrevivimos. Y sigo mirándote, y sigo sin ver. Te creo débil y me arrebatas de mi utopía a la cruda realidad. Y apareces y vuelvo a temblar. Y soy feliz de la forma más dolorosa posible. Cada sonrisa se clava en mi alma, y me hiere, pero aún así en ese instante me entrego voluntariamente a mi agonía. En ese momento soy libre en mi propia prisión. Lo sublime que me supera, soy insignificante y vuelo a la vez. La racionalidad a la basura, el orgullo y el honor no existen, existe el miedo a lo que me sobrepasa. Y sigue sobrepasando. Miro la vida y no sé cómo podré continuarla de igual forma después de ese instante que dura horas. Pero nunca tanto como el contacto entre nuestras miradas. ¿Qué se lee? Se lee miedo, se ve tensión, se ve vergüenza, te veo y no. La ventaja la llevas tú, que me leíste, que fui sincera e ingenua. La ventaja la llevas tú, que conociste la verdad y la guardaste ab rosabajo el frío sello del silencio. Yo sólo conozco el silencio y la soledad, tú me ganas en la carrera, pero realmente eso me da igual. Tú, sin embargo, ¿eres capaz de verme? Me miras y me vuelves a mirar. Si no es con letras, ¿eres capaz de leerme? 
Valiente sería enfrentarme a mis miedos, y especialmente a ti, que me superas. Me convertiré en mi mejor caballero andante, ¿cuándo se está preparada? ¿Cuándo se da el momento? Escurridiza tu alma, escurridizo mi cuerpo. Chocamos tanto que nos atraemos. Desquiciando todas las normas, sin hacer caso a mi razón. Y así se desarrolla la vida, así muere el amor. Pero solo el amor fácil, el amor feliz. Lo complicado lo hace fuerte, lo hace desolador. Fuerte sin tener que serlo, corre por mis venas sin detenerse, se hace tenue a veces, otras tiene más fuerza que yo. ¿Cómo acabará este cuento? Quizás cuando lo termine yo. Todo fluye y nada permanece, pero es complicado para mi alma. Aprendió a alimentarse de dolor. Cuando ponga tierra de por medio, nunca nos volveremos a ver. Será doloroso sin duda, será sano para mí ser. Desde hace años, lo que marzo me quitó me lo devuelve en instantes. No sé lo agradezco o lo maldigo, siempre la contradicción al orden del día. 18 y 27, sólo en ese momento fue casi sencillo, fue sólo felicidad. Tiempo ha pasado, sigo sin estar. Cuando ponga tierra de por medio, con pesar, el tiempo pasará. 

(4.03.16: Cuatro horas y treinta minutos).

jueves, 11 de febrero de 2016

La lluvia me ha susurrado.

La lluvia me ha susurrado que estás a unos metros, que es posible que pasaras por el mismo lugar a unos minutos de diferencia. Mi cuerpo latió fuerte, y sabía que tú eras inmune. Lo sabía y lo sé, y nunca te molestaste en contármelo. He probado una gota de lluvia y estaba salada, y el viento me susurró que eran mis lágrimas guardadas, tu regalo de bienvenida. Y mi luna está transitando por el fuego, pero mi piel sigue congelada, y mi cuerpo parece el mismo a pesar de ser agua salada. ¿Lo sabes? El destino sigue riéndose de mí a cada paso que doy para avanzar. Me ha dicho que no me libraría de ti tan fácilmente, que ese no era el plan. Le pregunté la razón, y ni él me supo contestar. ¿Sabes? Los días siguen siendo grises y sin sentido, tan sin sentido como tu ausencia o tu presencia. Nunca debimos encontrarnos, pero era el destino. Nacimos para encontrarnos y destrozarme. Siguen pasando los días, y lo siento. Siento el lazo del que nunca me he podido librar desde ese día en que me crucé con tu mirada, y me atrapaste y no me di cuenta. Ni tú tampoco. Y a pesar de mi inocencia, liberé mis sentimientos sin respuesta. Y así sigue, nieve en el interior. Hoy llueve, como cada día que siento tu presencia. Puede ser que nieve acompañando al muro de hielo que tenemos entre nosotros. He mirado por la ventana y sigue lloviendo. Probablemente tú también lo estés viendo. 

(2:16 - Hay algo tierno e hiriente en mi soledad y tu ausencia).

viernes, 5 de febrero de 2016

Como quien oye llover.

Dame una sonrisa bajo el cobarde gesto de la cruel crítica, incierta. ¡Qué risa! ¿Cuánto nos va a doler que el cielo esté siempre estrellado para nosotros mismos? La suerte mal repartida, ante tus ojos de hipocresía. Tu mal juicio y tu fachada, desgarran al ser que te mira, pero no de oídas.
Si vuelves a llevarme por el camino del enfado, te habré robado. Si vuelves a pedir favores sin merecerlos, seré fría, malvada. Jamás Disney hará un personaje como yo de malvado, desde tu percepción. A finas palabras: tu opinión me resbala. Mi deseo, que tu presencia no se descojone en mi cara.
¡Cómo desearía blandir mi espada! La vergüenza supongo que no está en tus complementos de niño progre. ¡Esta desesperación vana! Esa desesperación de ver que tu merecido no llega, y a mí me molestas cual mosca en la vendimia. Recogeré mis frutos y te espantaré, y lo que pongas en twitter ignoraré. Al fin y al cabo qué importa la opinión de un niño descerebrado, con su corte de niños malcriados. Al fin y al cabo yo volaré largo, al fin y al cabo, ya me preocupaba por algo.
A tu madre dominarás, a tu hermana maltratarás. A tus padres mentirás. A tu voluntad estarán los siervos de tu casa. No pienses que en esta nueva será igual, mal piensas si crees que me vas a dominar. Guarda tu látigo para tus sesiones de Cincuenta sobras de Grey, yo no seré partícipe de esas sesiones de macho cabrío. El leviatán se levanta, te aprisiona contra la espada. Así con mirada intensa, se ladea el ojo que todo teme. Así tu mirada se fija, en el punto que está más allá. Así un ojo hacia un lado y el otro hacia el otro, mientras tu narcisista reflejo admira la claridad de su cromatismo.
Vanidad de vanidades, ante un ser sin sentido. Belleza moral y física, ambas escuetas en este conjunto de ser tan desmesurado. Necesidad de liderazgo ante la férrea inculcación del miedo. Ahí te quedes con tus discursos a gritos, yo optaré por la moral y el raciocinio. Lástima, ni siquiera eso. Tu ser no merece ser merecedor ni de eso, ante unos ojos que reclaman ser la víctima. Cuélgate cualquier medalla que quieras, yo optaré por no importarme.

Eres como un grano en el culo en verano. Eres como ese herpes en el labio. Eres como la horrible sensación de no haber cagado. En julio habrá acabado, y ya no tendré que soportar esos cabreos machinazistas. Ni ese olor de no ducharse, porque es de ricos. Votante de Aznar. Repugnar es poco la mentira que tú mismo te crees. Se irá la piedra ardiente, pero su estela quedará aquí, fijada en mi mente. Como tantas otras personas que hacen cuestionarme la dirección hacia donde avanza esta sociedad. Para siempre quedará tu estela, perroflauta de derechas. 

(4:15. A lo que aún tenemos que enfrentarnos, lo que aún "tenemos" que aguantar).

miércoles, 27 de enero de 2016

El tiempo pasará.

Te recuerdo, siempre. Recuerdo las caricias que nos dimos con la mirada, de tu piel lejana a unos centímetros y el tacto de tu olor danzando con el mío. Recuerdo el segundo en que nuestros corazones se paralizaron al mismo tiempo, y ese color rojo de nuestra piel sorprendida. Nuestras miradas entrelazadas en la más profunda lejanía, las personas que pasaban a nuestro lado sin ser vistas, sin ser vistos nosotros. Lo efímero de un segundo y lo eterno en un corazón. Los anhelos y los deseos que nunca fueron cumplidos, el amor puro y pasional que contuvo la razón. Las letras que surgieron y siguen surgiendo, que no son más que las hijas de algo no nato. De la unión que nunca tuvo la realidad y que fue capaz de crear el alma humana. El escalofrío, el deseo, el pelo y los ojos, tus labios y los míos, a metros de distancia, a kilómetros de ser unidos. Te convertí en literatura. Recuerdo el instante que comprendí que cuánto más cerca más lejos estábamos, el muro de acero era más alto que el deseo. Recuerdo la ausencia de lo ausente, que desgarra. Ya no queda absolutamente nada, tan solo un fruto que produjo Granada. El hielo de mis manos se volvió más eterno.

(Recaídas: 01:16) .

Cuando se vino abajo mi castillo.

El tiempo corre sin descanso, sin pararse un segundo a respirar, ni paralizar el mundo para concedernos el delicioso descanso de no escuchar el tiempo correr. Ese momento no estaría planificado. Parece que nuestras vidas tienen que correr con esos segundos organizados al detalle. Parar es una pérdida de tiempo y no está permitido. El sentimiento de no pensar en el tiempo no existe, se esfumó con nuestro último pedazo de niñez. Pero esta vida me abruma, me agobia. No me gusta sentirme adulta, no como pensaba. Todo lo que parecía gustarme y me hacía crecer en mi interior, ahora parece tacharse de pérdida de tiempo. Pobres de nosotros, jóvenes, que estamos trabajando en la obra del castillo de su vida. Escribir, leer, pensar... no encaja en nuestra concepción tiempo, porque no se mide en minutos, sino en experiencias (que es lo que nos ayudan a soportar la vida). 
No hay tiempo para sentir. Nuestro mundo no está formado por caballeros andantes, princesas de largo pelo o canciones que llegan al corazón. El mundo es una batalla sin espadas, donde los luchadores son heridos en el corazón, y sin morir siguen por el mundo con un hueco en el pecho. Si no tienes oro es peor. No existe talento sin dinero. No existen lágrimas capaces de calmar un alma malherida, mal curada, nunca recuperada. 
Lejos de tu hogar y con el mundo patas arriba, con miles de preocupaciones y esperando una señal. Que el cielo se apiade de mi alma, la cual anda errando sin destino fijo. Que el mundo perdone mis fallos y momentos de debilidad. No tengo consuelo posible, mis sueños parecen derrumbarse ante ojos atónitos. Maldita impotencia la mía. Maldito daño que pesa en mi ser. 
No soy una niña y tampoco una princesita, sé que el dolor existe y no va a poder desaparecer. Pero necesito sentirme segura. Quiero recuperar ese algo que me haga especial. Quiero sentirme dueña de mi vida.
(Odio reconocerlo. Necesito ayuda. Y no hay nadie que pueda ayudarme. Sólo yo.)

(8.09.2014)

sábado, 23 de enero de 2016

Perdida.

Me pierdo en el ancho de tus hombros,
en el profundo negro de tus ojos.
Me pierdo en el ancho de tu sonrisa,
en tu olor, en tu lejanía.
Cuanto más me pierdo menos puedo alejarme.
Pero mi cuerpo arde.
Cuanto más me pierdo menor posibilidad de cordura,
por ello me entrego a las llamas de tu abrazo (recuerdo /anhelo/ mi letargo).

1/16: Quizás de por vida.

sábado, 16 de enero de 2016

Fragmento atormentado.

No quiero ir, por dos.
Estoy sola, por todas las veces que lo estuve.
Sigo avanzando, pero no sé cómo.
Anhelo unos labios, pero no al dueño.
Quiero seguir, pero estoy paralizada.
Deseo hablar, pero no soy escuchada.
Sacrificarme siempre, para quedarme a solas con mi nada.
Vacío y terror.

Un artista en la pantalla, una letra en mi almohada.
El recuerdo que vuelve, el orgullo que avanza.
Y si vuelve, no volverá.
Y si me voy, ya nunca estaré.                 
O me comprendes o me odias.
Por ello siempre sola.

El sentimiento indescriptible de la revelación futura.
Tu esperanza levemente iluminada, en un pozo encerrada.
Porque no volverá a encenderse la suerte en un alma atormentada.

Y el mar suena, pero no escucho.
Y afuera brilla el sol, pero en el interior nieva.
El mundo se viene abajo, acompañando a los atormentados.
La muerte aparece en escena, en cada telediario.
Miedo, sangre, dolor y pena. Y miles de vidas que se niegan.

La vida se va, la vida no llena.
La vida es complicada, la suerte no llega.
Luna llena en la ventana, un cigarro que se quema.
Un pensamiento se ha escapado, por un segundo en la niebla.
Pero la pena nunca te deja, te acompaña a la libertad no inmediata.

No es fácil, nada lo es.

No es lo mismo, nunca lo fue.

11/15: Por el ahora y lo que está por venir.

jueves, 7 de enero de 2016

Humo.

Me recuerdas al humo. A veces visible, otras veces traslúcido. Me recuerdas porque sin ser materia danzas en el aire que me rodea, a veces no consigo percibirte y en el momento más inesperado te huelo. Y apareces. Pero a la vez no. Y vuelas en un rinconcito de mi mente solitaria. Y te echo, pero vuelves a aparecer para dejarme. Vienes fuerte contra mi rostro para después marcharte más veloz si cabe. Y así eres tú. Casi aire, pero más fuerte. Casi fácil, pero si no eres materia. Casi soportable si no eres intenso. Pero cuando no es así, casi puedes llegar a ahogarme. Así eres, quemas sin ser fuego. Así es tu recuerdo, sin cenizas ni ascua, pero ardiendo. Aunque tu llama es cada vez más débil, pero nunca te marchas del todo. Y sin embargo nunca has estado. Sin ti pero contigo. Ya es hora de que yo coja mi camino, poder probar la libertad del aire sin tu esencia. Poder marcharte tú sin rencores ni dolores. Y que ya no oprimas, y que yo ya no insista. Y que cierre la puerta que no cerraste. Y para siempre se irá de mi vida este humo que lo impregna todo. Sigues siendo constante, pero no tan fuerte.

 16: No te vas, te estoy echando.

miércoles, 6 de enero de 2016

El día de reyes.

Me acuerdo perfectamente del día que descubrí que los Reyes Magos no existían. Era un día caluroso de verano sin ninguna importancia, pero vi unas miradas cómplices entre mi hermano y mi madre, concluyendo mi hermano con la frase de “o se lo dices tú o se lo digo yo”. Yo no entendía nada. Lo cierto es que el día anterior había alardeado de mi fe y de mi buena conducta, porque algunas de las niñas con las que me juntaba decían la absurdez de que los Reyes Magos eran los padres. Yo sabía que no era así, que mi rey, Baltasar, me había hasta escrito cartas en los años más duros que tuve, de modo que les dije que a ellas no les echaban los reyes porque no tenían algo especial. Yo sí. Ahora que lo pienso puede que pecara de soberbia, pero son cosas de niños, se me pasó en la adolescencia con una autoestima bajo cero. El caso es que se acercaron a mí como si ocurriera algo grave. Me asusté. Después vino la explicación. En ese momento algo en mi interior se revolvió, sentí una punzada de dolor muy grande. Ellos pensaban que era por el dolor de que estos tres personajes no existían, pero yo dije:
-         -¿Me habéis mentido durante tantos años?

Recuerdo que estuve enfadada varios días, que ese día casi no les hablé porque me habían mentido y me habían tratado como una tonta. Ahora nos reímos, pero recuerdo perfectamente el enfado y la indignación, no tenía miedo de que no volvían los regalos cada enero, sentía cabreo porque todo era mentira. ¿Me iba a portar mal si no existían? No, yo no era así, ¿por qué me trataban como a una niña?
Hubo una época en la que mis abuelos maternos estaban con vida, me querían, los quería y todo era perfecto. Las navidades las pasábamos con ellos, y los Reyes Magos me echaban regalos tanto en mi casa como abajo, donde ellos vivían. Antes de que cumpliera los 7 años, ese mismo mes en que los cumplo, el mes de diciembre, moriría mi abuela. Mi abuelo murió dos años antes, cuando yo contaba con 4 años. Desde esas navidades jamás volví a pedir regalos abajo, donde vivían mis abuelos. Podía seguir pidiendo, nadie me explicó nada, pero mi lógica era clara: tres reyes, tres regalos. Abajo otros tres. Cuando no había nadie abajo, no hubo más regalos. Era extraño como pude calcularlo sin saber que los Reyes Magos no existían, creo que dentro de nosotros, en la infancia, algo nos lo susurra. Pero también nos susurra que seamos “ingenuos”, y sigamos la historia, porque se llena todo de ilusión y magia. Hasta en las navidades más complicadas, la ilusión de los niños enciende las casas, o por lo menos hace más soportable las tempestades. Hay algo dentro de nosotros que nos hacía ser generosos sin saberlo, no sabría explicarlo. Solo sé mirar atrás y reírme, con nostalgia, pero siempre sorprendiéndote. Esas eran las navidades, las de la ilusión, la de la esperanza, la de la fuerza de hacer reír a todos, sin importar regalos. Se llenaba todo de magia.

Recordar también esas cartas, especialmente en los años difíciles de muertes tan cercanas a tan corta edad, cuando empecé a demostrar lo interior que iba a ser de mayor, cuando no era capaz de hablar del dolor porque en mi cabeza no entraba tanta injusticia. Cuando buscaba culpables y no sabía quién eran los malos, y descubrí que Disney era una pantomima y no había brujas que matar, sino momentos que superar y seguir viviendo con el dolor y la injusticia. En esos momentos los Reyes Magos era lo poco de infancia que me quedaba ya, y me escribían para darme ánimos (y de paso decirme que no habían podido encontrar lo que había pedido - ¡esas compras de última hora! -, pero que no era porque no me lo mereciese), conseguían darme luz en mi pequeña alma. Me decían que estaba enferma, pero que no era algo que me mereciera. Que siguiera siendo generosa y bondadosa. Que no era por mi actitud por lo que algunas personas no me querían (especialmente las que normalmente lo deberían hacer). Y así. Mirando atrás puede que yo me creyera todo, y me enfadara porque ya no me quedaba nada de infancia, ya solo existía la insípida realidad. Porque en ese momento ya tuve que transformarme y obligarme a crecer, ya no había esperanza, solo una vida en la cual luchar. Pensándolo bien, aunque lo supiera mi inconsciente me dejó ser libre unos años más. Y me consiguieron iluminar, como yo iluminar mi casa. Te echo y te echaré de menos infancia.

lunes, 4 de enero de 2016

Espejismo

Es tanto el deseo que mi mente te materializa. Jamás has estado aquí, jamás podrás irte. No he decidido esto, pero ya no hay forma de pararlo. No estuviste aquí, fuiste un espejismo en un momento dado, una ilusión pasajera de un deseo que mengua, se confunde y atraviesa a la razón. Férrea como el hierro, se ha roto como el cristal. Algún día recuperaré la cordura, pero tú no has de estar.
No has estado aquí, ha sido mi subconsciente. No han sido mis ojos, ha sido mi mente. Si vuelves me rompo, si no te veo te anhelo, sin ti no hay emoción, contigo es demasiada. Algún día recuperaré la cordura, y no sentiré nada.
Pero tantas veces que el espejismo apareció, ayer pareció ser verdadero. Estas aquí, rompiendo el mundo, rompiendo los planes y llevándome a la locura más tierna e insoportable que he sentido nunca.
No sé si te quiero aquí a 500 kilómetros de distancia. No sé si quiero abrazarte o dejarlo para no sentir nada. Eres real y a la vez no, el escalón que nos separa es la verdadera distancia. Es tan imposible que ya no hay esperanza. Y aun así… Aun así.

O vuelves o no vuelves. Estás aquí y te irás, quizás para siempre. La despedida más insípida. Tanto que ni existe. Tanto que solo está en mí. Te irás para siempre ahora más pronto que nunca. Y ya no sé qué sentir. Ya no sé qué hacer. Ya no sé si eres tú o soy yo. Algún día recuperaré la cordura. 

01:2015. "Comienzas a ser el reflejo de lo que eras. Es el destino."