Te recuerdo, siempre. Recuerdo
las caricias que nos dimos con la mirada, de tu piel lejana a unos centímetros
y el tacto de tu olor danzando con el mío. Recuerdo el segundo en que nuestros
corazones se paralizaron al mismo tiempo, y ese color rojo de nuestra piel
sorprendida. Nuestras miradas entrelazadas en la más profunda lejanía, las
personas que pasaban a nuestro lado sin ser vistas, sin ser vistos nosotros. Lo
efímero de un segundo y lo eterno en un corazón. Los anhelos y los deseos que
nunca fueron cumplidos, el amor puro y pasional que contuvo la razón. Las
letras que surgieron y siguen surgiendo, que no son más que las hijas de algo
no nato. De la unión que nunca tuvo la realidad y que fue capaz de crear el
alma humana. El escalofrío, el deseo, el pelo y los ojos, tus labios y los
míos, a metros de distancia, a kilómetros de ser unidos. Te convertí en
literatura. Recuerdo el instante que comprendí que cuánto más cerca más lejos
estábamos, el muro de acero era más alto que el deseo. Recuerdo la ausencia de
lo ausente, que desgarra. Ya no queda absolutamente nada, tan solo un fruto que
produjo Granada. El hielo de mis manos se volvió más eterno.
(Recaídas: 01:16) .