lunes, 22 de agosto de 2016

Tú, mi sublime.

En un punto nunca claro de mi vida, tú llegaste para desequilibrar mi ya desastroso destino. En un momento no olvidado me sacudiste, para después marcharte como si nada. Ni hasta ahora, ni hasta nunca. Sólo la duda. 
Por ello he llegado a la descripción del efecto que provocas (provocabas) en mí. Eres mi sublime, mi flaqueza. Apareces como un fugaz meteorito y me superas, me desbordo, me quiebro un poquito más. Y no eres mi luz, nunca lo fuiste. Fuiste el sentimiento que te rodea el cuerpo y te hace sentir que eres solo una humana. Sabes que no puedes hacer nada, porque siempre te superará. Porque no es materia que se pueda controlar. Así que te derrumba ante algo indescriptible y absurdo. Algo contra lo que no puedes luchar, simplemente sobrevivir. Comienzas a comprender a los poetas y al odio surgido por sentir tanto con tan poco. Algo que mata en vida. No se obedece a la razón. No existe lógica. Fui fuego de pasión, de sangre, ante otro humano corriente. No entender la emoción e intentar someterla, solo sirve para seguir en la agonía y la locura. 
Espero impaciente el último golpe del sublime. Quiero que me rompa el corazón, que duela tanto que se marchite el sentimiento, y así evitar el tremendo como en el que me encuentro (encontraba). Necesito la eutanasia que solo el sublime me puede proporcionar. ¿Cuándo tendrás valor de romperme el corazón de verdad?

21/02/2016: La respuesta es nunca. Hacen falta dosis de valor en este mundo.