lunes, 28 de noviembre de 2016

El baile (¡Hey! Llévame al baile)

Se abre el telón y estamos tú y yo, juntos. Ya parece un sueño irreal, pero fue muy real durante mucho tiempo. Cuando se abre el telón hay una sala de baile repleta de gente. No sé si estamos en el centro, pero yo me siento como si lo estuviéramos, con si un foco nos iluminara a nosotros dos y las demás personas se encontraran en absoluta penumbra bailando a nuestro alrededor, sin entrar en contacto con nosotros. Tú llevas ese traje gris que tanto te gustaba, y esos zapatos negros de punta que tanto odiaba yo. Yo llevaba mi vestido gris y negro, porque sabías que me encantaba combinar todo para las grandes ocasiones, incluso a nosotros dos. A veces te desesperaba, pero la mayor parte del tiempo te encantaba. Era nuestro último baile. Realmente no lo fue, pero yo lo siento así, fue nuestro primer y último Baile, con mayúscula porque fue uno de esos momentos en los que sabes que en algo tan sencillo y cotidiano se está canalizando todo el amor que tienes dentro. Fluye dentro de mí y de ti. Fluimos. Bailamos.
El último baile de amor antes de la danza del rencor. Una noche de marzo, lejos, muy lejos, solos con el acompañamiento de una gran masa. Pero solos, tú lo sabes. O lo sabías. El baile, por llamarlo así, es simplemente moverse en lo que parecía un ensueño de ternura, en el abrazo de querer a alguien hasta no poder más. Esa fuerza era lo que se movía, ni siquiera pensaba en cómo nos verían los demás. Bailo. Bailas aunque no sepas. Bailamos. Pronto se acercaba el momento de la separación física, esa que te alejaba de mí. La que me alejaba de ti. Esa. La que no nos esperábamos era la verdadera separación. Esa, sí. Esa que estando en la misma sala, bar, ciudad, país… nos ponía un océano más grande que todos los kilómetros que nos separaban en su momento. Y resulta curioso ese cambio. Fuerte y drástico.
¿Lo recuerdas?
Pero en ese momento sólo existía una canción cualquiera de amor, la que fuera, para unirnos en un abrazo que parecía eterno. Fuerte aunque etéreo, era tan frágil como nosotros, aunque tan profundo como lo que sentía por ti. Y en ese momento estaba segura de lo que creía que sentías por mí. Ahora ya no estoy tan segura.
Bailo y me abrazas. Bailas y te abrazo. Nos movemos armónicamente sin tener en cuenta los pasos de baile. Solo existimos nosotros. Por eso cierro los ojos. Por eso y porque así siento aún más fuerte tu olor, tus manos ásperas en mi espalda, el calor que desprende tu piel junto a la mía. Y no querías bailar. Ahora me pregunto la razón y si hice bien en animarte a ello, porque es un recuerdo bonito y aún no he decidido si hace más bien que mal. Si me nublaba la visión de la verdad.
Se escucha la música. Siento nuestros pasos. Las voces de nuestro alrededor están presentes pero distantes, como si fueran un mero decorado en mi escena imprevista. Y resulta precioso. Resulta algo mejor de lo que podría imaginar porque, de hecho, no lo había imaginado. Y me siento especial, llena de amor. Pero me siento triste, porque mañana nos separamos por un tiempo, una vez más. Y así, en todo ese universo de sentimientos, te quería hasta llorar. De modo que lloré. Y te besé. Y sonreí llorando. Lloraba, no sabía muy bien si por la alegría de experimentar un sentimiento tan profundo, o por la tristeza de dejar ir al ser amado.
En realidad poco importa ahora. Ya no. Ahora parece una falacia. Parece que eso que fue tan real fue producto de mi imaginación, de una escena que construí en mi mente cuando leía un libro. Y aún así encuentro evidencias de que fue real. Pero cuando ahora me encuentro contigo veo ese mar de distancia. No consigo recordar esos momentos. Me siento como si tú no fueras tú. Y realmente yo tampoco soy esa chica que bailaba. Ha cambiado todo mucho. Y es una lástima, porque en ese momento todo era tan profundo e inocente. Yo era inocente, y no la chica a la defensiva en la que me he convertido. Casi totalmente convencida de que nadie podrá experimentar esa clase de amor que yo sentí, al menos por mí. Convencida de que me creí algo que no era real. Y no podría preguntártelo. Porque ahora nuestra distancia es el océano irreal. Y no hay botellas mensajeras que pueda lanzar, porque no sé si te haré más daño del que quiero. No por ti, por mí o por el antiguo nosotros. Sino por tu presente actual. Ya no sé lo que debo y no debo hacer. No pretendo levantar sentimientos, ampollas o molestias con tu actual compañera de vida. Simplemente es curiosidad. Quizás algún día sí pueda atreverme a preguntarlo. Y aceptar la respuesta.
Todo es extraño ahora, cuando el baile quedó tan atrás, y ya no se puede volver a amar. Ya no hay olor ni calor, solo distancia abismal. Solo pasado, sentimientos enterrados atrás. Parece irreal, pero sucedió en algún punto de nuestras vidas, cuando, de hecho, nuestras vidas se cruzaron para fusionarse. Creo que ese fue el momento representativo de esa unión. ¿Y después? Nada, sólo la separación.
Se cierra el telón. Y ya solo hay eso: un telón.


(16.11.28: A veces querer tanto fragmenta. A veces amar tanto te rompe. Y se terminó la función).