martes, 30 de enero de 2018

A mí no

He hecho un viaje al centro de Madrid para nada, no encuentro las malditas botas en este Primark laberíntico que siempre está abarrotado de gente. ¿Cómo es posible? Seguro que el que creó esta cadena no está pensando en encontrar unas prácticas para acabar el Máster, para después desesperarse realmente porque no encuentra trabajo. Verás que risa me va a dar el futuro. Y yo sin mis botas para calentarme estos pies que parecen cubitos de hielo con los que ando.
        - Hola
Me iba a dar la vuelta, pero ni hace falta, el tío está tan cerca de mí que mi nariz se ha quedado impregnada con su olor. Y esa sensación que creí estar superando vuelve. Mi cuerpo tiembla, mentiría si dijera que no tiembla de miedo, pero sé que gran parte es, otra vez, por la adrenalina. Intento ignorarle pero está casi encima de mí. Maldita sea, simplemente me he escapado a darme una vuelta para comprarme unas botas calentitas.
Recuerdo. Ese día también salí, simplemente, para comprar algo de fruta para la última semana que me quedaba en Granada. Sí. Y lo que empezó como una cotidiana visita al Mercadona acabó siendo motivo de pesadillas y de múltiples duchas, porque ese olor no se iba, estaba en todas partes, era permanente. Ese olor me hacía sentir congoja las 24 horas del día. 
En tan sólo unos segundos volví a estar en Granada, en julio, con un calor abrasador, por eso salgo a las 20:30 a comprar, porque si no ya no estudio en lo que queda de tarde. Un último empujón, el examen teórico de inglés y para el pueblo. La mudanza va a ser dura, porque las despedidas ya lo han sido también. Cinco años que se quedan cortos pero en los que has sentido tanto que te parecen décadas. Y ahí estoy, pensando en lo buena que era la canción de Bulgaria en Eurovisión, y cómo un niño de 17 años ya ha ido a Eurovisión mientras yo, con 22 años, estoy más perdida en la vida que cuando tenía 15, cuando, de pronto, me topo con la realidad. La que llega y te arrolla.
Un tío me persigue, y yo, increíblemente, sola en la calle (con un sol irradiante de rayos UVA). Intento no pensar mal, porque "no seáis narcisistas, no penséis que siempre piensan en violaros", así que intento responder amable pero cortante. Me pide llevarme las bolsas, le digo que no. Me pide ir a tomar algo, le digo que no. Se pone pesado, soy cortante. Se pone pesado e intento huir poco a poco, sin "enfurecer a la fiera". Ahí tenía miedo, ahí me sentía indefensa. Pero mi piso está en un callejón, y aunque parecía haberse ido, él me persigue y se cuela en mi entrada al piso. 
Me siento estúpida, me siento tonta. Debí haber huido con el primer "hola". Cojo el móvil para intimidarlo, y parece tener miedo por un momento. Pero otra vez vuelve y me aprisiona. Que quiere un beso. No, no, no. A mí no me puede pasar esto. No. Es que ni de coña, ¿estamos locos? He ido a comprar, he salido literalmente media hora después de estar estudiando todo el día. No, no puede ser. A mí no. A mí no. A mí no. Dejo una bolsa y me preparo para coger, en caso de necesitarlo, el bote de pepinillos que había comprado. Si es necesario lo uso.
Le digo que se vaya, por favor. Me dice que no es de esa clase de hombres. ¿De qué clase? Yo no he dicho nada más que se pirara, no paraba de repetirlo. Se abalanza sobre mí a darme un beso y me coge la mano. La besa y ¡Dios mío! me chupa la mano. Y yo con ganas de romperle el bote de pepinillos en la cabeza. Pero no, lo empujo, dos, tres, cuatro veces. Fuerte, contra el pecho. Y le grito que se vaya de una puta vez. Se asusta, con una cara asquerosa sale corriendo hacia la puerta, subo en el ascensor a mi piso, temblando entera. Pero esto no es miedo, es adrenalina. Siento que podría ir detrás de él a pegarle, pero sé que no es lo más sensato. Pero tengo ganas de hacerle daño, me da asco, me doy asco. 
Ni puedo llorar. Sólo siento rabia, durante media hora sólo siento rabia. Hasta que esa rabia se convierte en impotencia y en lágrimas. Casi me pasa a mí, estoy segura. ¿Qué hago? Al final no ha pasado nada. Seguro que me echan la culpa. Porque fui tonta, no debí hacerle caso, debí meterme en algún bar, aunque tuviera que caminar un buen rato. Pero no pensaba que podía pasar. Da igual, la culpa es en parte mía. Pero ¿qué digo? Yo no salí en busca de esa situación. Yo solo iba a comprar. Yo no intimidé a nadie, no me propuse salir a hacer el mal. Que asco. Que impotencia. 
Una semana en Granada, y seguía dándome miedo salir a la calle. Incluso al examen. Tiemblo, lo veo en todos sitios, aunque no esté. Y ese maldito olor no se va del todo. Siento nauseas, me pregunto cuándo volveré a poder comer sin esas nauseas. 
Y ahora estoy en Madrid. En unas escaleras mecánicas del Primark, con un tío pegado a mi, con ese olor, casi me parece el mismo. No es él, pero me da igual, es como si lo fuera. Esa cara, esa expresión en la cara que me confiesa que no quiere tomarse una cerveza conmigo porque quiere conocerme. No, es esa cara que parece gritar "no quiero nada bueno". Me pregunta mi nombre insistentemente hasta que le digo "Nora". Ni en broma le digo el mío. Me dice su nombre que olvido al segundo, sólo quiero que se largue. Me dice que si estoy con alguien y ni dudo, "sí". De verdad que me sorprende que se aventure a ese tipo de cuestiones, cuando se nota que no me está haciendo gracia la escena. Diría cualquier mentira para que se largara. Que tengo un novio enorme, culturista y celoso, que como lo vea cerca mío le rompe la cara. Y aún así que si quiero ir a tomar algo con él. Le digo que no, salgo de las escaleras y me pierdo en el Primark. No voy a mentir, me metí en el probador sin necesidad, sólo quería estar rodeada de gente y controlar esa situación. Y aunque compruebo que no me sigue, incluso en el metro, sigo alerta. De vuelta a casa sigo alerta. No como siempre, sino con esos nervios enfermizos que te hacen acongojarte y llenarte de furia a la vez.
¿Por qué tengo que vivir con este miedo? ¿Por qué dudé de si era mi culpa? ¿Por qué tengo que vivir con este miedo?




(2018.01.27: Ojalá nadie tuviera que sentirse así.)