jueves, 11 de febrero de 2016

La lluvia me ha susurrado.

La lluvia me ha susurrado que estás a unos metros, que es posible que pasaras por el mismo lugar a unos minutos de diferencia. Mi cuerpo latió fuerte, y sabía que tú eras inmune. Lo sabía y lo sé, y nunca te molestaste en contármelo. He probado una gota de lluvia y estaba salada, y el viento me susurró que eran mis lágrimas guardadas, tu regalo de bienvenida. Y mi luna está transitando por el fuego, pero mi piel sigue congelada, y mi cuerpo parece el mismo a pesar de ser agua salada. ¿Lo sabes? El destino sigue riéndose de mí a cada paso que doy para avanzar. Me ha dicho que no me libraría de ti tan fácilmente, que ese no era el plan. Le pregunté la razón, y ni él me supo contestar. ¿Sabes? Los días siguen siendo grises y sin sentido, tan sin sentido como tu ausencia o tu presencia. Nunca debimos encontrarnos, pero era el destino. Nacimos para encontrarnos y destrozarme. Siguen pasando los días, y lo siento. Siento el lazo del que nunca me he podido librar desde ese día en que me crucé con tu mirada, y me atrapaste y no me di cuenta. Ni tú tampoco. Y a pesar de mi inocencia, liberé mis sentimientos sin respuesta. Y así sigue, nieve en el interior. Hoy llueve, como cada día que siento tu presencia. Puede ser que nieve acompañando al muro de hielo que tenemos entre nosotros. He mirado por la ventana y sigue lloviendo. Probablemente tú también lo estés viendo. 

(2:16 - Hay algo tierno e hiriente en mi soledad y tu ausencia).

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