Salté. Fuerte y torpe. Decidida, pero con dudas. Como siempre. Y tuve que saltar y adentrarme, porque no había
otro modo. Cogí aire, fuerte, llenando mis pulmones. Me sentí libre, y eso me
hacía temblar. Pero tuve que hacerlo, de ese modo pude adentrarme en aguas
profundas. Se inicia el buceo, al principio con los ojos poco adaptados, a
penas puedo distinguir formas. Pero ya, ya lo vi. Me vi a mí misma con una
sonrisa tan fugaz como un rayo, esa que revela la exquisita felicidad de un
segundo. Ese segundo en el que nos creemos eternos. Y me descubrí viviendo la
aventura, no sin miedo, pero sí con la ilusión que hacía que éste se quedara en
la retaguardia. Las locuras, esas locuras de amor. Ese amor inocente de la
primera vez, todavía salvaje, todavía ingenuo. No se había enfrentado a la
vida. No se había enfrentado al otro bando. Y entonces me vi con una rosa entre
las manos mientras la ofrecía sin miedo. “Pide un deseo” dije, y después dejé
que se la llevara la corriente del río. En ese momento también lo vi, algo
parecido al calor del primer amor en sus ojos. Quizás impresionado por la
inocencia, quizás en ese momento nos amábamos demasiado. Me costó quitar la
vista, porque era algo casi agradable, pero siempre con un color de blanco y
negro, recordando constantemente que no es más que algo pasado. Después vi la
obsesión, los celos incontrolados, ese extraño sentimiento que se nos va de las
manos. El miedo a la pérdida, el agobio constante. El cuidar tus pasos por las
próximas broncas resultantes. El estrés. Y poco a poco lo vi, como a cada
fragmento, en algún punto difuso del camino, la esencia del amor se evaporaba.
Volaba libre, fuera de lo que éramos. Y nunca volvería a lloverlo. Lo vi, la
desilusión, la más absoluta y arrebatadora nada. Esa nada que te lleva a la más
profunda de las habitaciones en blanco, comprendiendo que estás sola, que has
perdido las riendas, que tu corazón se vacía y tu alma se desespera. “No nací
para tener el corazón vacío”. Me sorprendí a mí misma. Y me tuve que levantar,
enfrentarme a todo lo que me estaba pasando. Asumirlo. Asumir que ya no era
posible un arreglo cuando ya había tirado la toalla, y ni siquiera le presté
atención a ese acto. Porque lo miraba y ni le interesaba recoger mi toalla, ni
hacer algo con la suya. No había opción. Y en la más profunda de mis luchas internas
tuve que tomar la decisión difícil, la que necesitaba. Así se aprende que las
cosas se tuercen. Que no siempre se puede luchar por todo, que a veces nos toca
luchar por uno mismo y esa decisión es complicada. El amor no siempre vence
todo, porque a veces se escapa por las rendijas y otras veces no es suficiente
para la vida. Duele, pero creo estar segura que fue un punto esencial en mi
vida. Porque el tránsito es complicado, y adaptarse a otra vida sin nadie de tu
mano es complicado. Pero la vida lo es, y aún así sigue siendo bella. Con
destellos de felicidad, con destellos depresivos. Pero bella e intensa. Y a
pesar de que dicen voces que no debemos mirar al pasado, yo lo hago en muchas
ocasiones. Así me doy cuenta de que no soy perfecta, que he cambiado mucho, que
he superado retos a previa vista imposibles para mí. Y puedo mirar al pasado
porque no deseo volver a él, por complicado que sea el presente. Por incierto
que sea el futuro.
Sin embargo, cuando retorno hacia
arriba, buscando tierra firme, intentando salir de esas aguas. Lo recuerdo: no
sé nadar. Nunca aprendí. Me doy cuenta de que el agua no es el recuerdo, el
agua es el miedo. Miedo del que no sé muy bien cómo salir. Miedo porque de una
vez perdí la inocencia, y toda una experiencia ha conseguido helar mi corazón.
A pesar de que la vida ha pasado, yo sigo chapoteando en el miedo. Y cuando
consigo ver un sustento para impulsarme, este vuelca. Y llega un momento que ni
intento agarrarme. Y sigo nadando torpemente, no sé cuánto aire me queda aún.
Quizás mis pulmones se adapten, no lo sé. Y me gustaría seguir esto, pero aquí
sigo, con otra tabla que me esquiva y más hundida en el miedo. No sé muy bien
cómo continuará.
(05/16: Trece fue el número [... pero
fui yo quien deshizo el lazo, fui yo quien vio como volaba, danzaba, huía para
no volver nunca más]).
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