miércoles, 6 de enero de 2016

El día de reyes.

Me acuerdo perfectamente del día que descubrí que los Reyes Magos no existían. Era un día caluroso de verano sin ninguna importancia, pero vi unas miradas cómplices entre mi hermano y mi madre, concluyendo mi hermano con la frase de “o se lo dices tú o se lo digo yo”. Yo no entendía nada. Lo cierto es que el día anterior había alardeado de mi fe y de mi buena conducta, porque algunas de las niñas con las que me juntaba decían la absurdez de que los Reyes Magos eran los padres. Yo sabía que no era así, que mi rey, Baltasar, me había hasta escrito cartas en los años más duros que tuve, de modo que les dije que a ellas no les echaban los reyes porque no tenían algo especial. Yo sí. Ahora que lo pienso puede que pecara de soberbia, pero son cosas de niños, se me pasó en la adolescencia con una autoestima bajo cero. El caso es que se acercaron a mí como si ocurriera algo grave. Me asusté. Después vino la explicación. En ese momento algo en mi interior se revolvió, sentí una punzada de dolor muy grande. Ellos pensaban que era por el dolor de que estos tres personajes no existían, pero yo dije:
-         -¿Me habéis mentido durante tantos años?

Recuerdo que estuve enfadada varios días, que ese día casi no les hablé porque me habían mentido y me habían tratado como una tonta. Ahora nos reímos, pero recuerdo perfectamente el enfado y la indignación, no tenía miedo de que no volvían los regalos cada enero, sentía cabreo porque todo era mentira. ¿Me iba a portar mal si no existían? No, yo no era así, ¿por qué me trataban como a una niña?
Hubo una época en la que mis abuelos maternos estaban con vida, me querían, los quería y todo era perfecto. Las navidades las pasábamos con ellos, y los Reyes Magos me echaban regalos tanto en mi casa como abajo, donde ellos vivían. Antes de que cumpliera los 7 años, ese mismo mes en que los cumplo, el mes de diciembre, moriría mi abuela. Mi abuelo murió dos años antes, cuando yo contaba con 4 años. Desde esas navidades jamás volví a pedir regalos abajo, donde vivían mis abuelos. Podía seguir pidiendo, nadie me explicó nada, pero mi lógica era clara: tres reyes, tres regalos. Abajo otros tres. Cuando no había nadie abajo, no hubo más regalos. Era extraño como pude calcularlo sin saber que los Reyes Magos no existían, creo que dentro de nosotros, en la infancia, algo nos lo susurra. Pero también nos susurra que seamos “ingenuos”, y sigamos la historia, porque se llena todo de ilusión y magia. Hasta en las navidades más complicadas, la ilusión de los niños enciende las casas, o por lo menos hace más soportable las tempestades. Hay algo dentro de nosotros que nos hacía ser generosos sin saberlo, no sabría explicarlo. Solo sé mirar atrás y reírme, con nostalgia, pero siempre sorprendiéndote. Esas eran las navidades, las de la ilusión, la de la esperanza, la de la fuerza de hacer reír a todos, sin importar regalos. Se llenaba todo de magia.

Recordar también esas cartas, especialmente en los años difíciles de muertes tan cercanas a tan corta edad, cuando empecé a demostrar lo interior que iba a ser de mayor, cuando no era capaz de hablar del dolor porque en mi cabeza no entraba tanta injusticia. Cuando buscaba culpables y no sabía quién eran los malos, y descubrí que Disney era una pantomima y no había brujas que matar, sino momentos que superar y seguir viviendo con el dolor y la injusticia. En esos momentos los Reyes Magos era lo poco de infancia que me quedaba ya, y me escribían para darme ánimos (y de paso decirme que no habían podido encontrar lo que había pedido - ¡esas compras de última hora! -, pero que no era porque no me lo mereciese), conseguían darme luz en mi pequeña alma. Me decían que estaba enferma, pero que no era algo que me mereciera. Que siguiera siendo generosa y bondadosa. Que no era por mi actitud por lo que algunas personas no me querían (especialmente las que normalmente lo deberían hacer). Y así. Mirando atrás puede que yo me creyera todo, y me enfadara porque ya no me quedaba nada de infancia, ya solo existía la insípida realidad. Porque en ese momento ya tuve que transformarme y obligarme a crecer, ya no había esperanza, solo una vida en la cual luchar. Pensándolo bien, aunque lo supiera mi inconsciente me dejó ser libre unos años más. Y me consiguieron iluminar, como yo iluminar mi casa. Te echo y te echaré de menos infancia.

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